la cueva de los tesoros

El famoso maestro de Taichí Cheng Man-ching dijo en cierta ocasión que iniciarse en esta práctica es similar a entrar en una cueva llena de tesoros. Algunos entran y sólo cogen unas pocas monedas, por lo que sacan poco beneficio de su incursión. Pero quiénes dedican tiempo a escudriñar sus grutas oscuras, acaban obteniendo infinidad de riquezas para su salud.

Esta metáfora, aunque simple, refleja muy bien el desarrollo en el tiempo del entrenamiento personal. Al comienzo, en los primeros meses, la cueva parece un espacio inescrutable en el que uno no encuentra con facilidad la luz que le permita vislumbrar que objetos alberga, cual es su tamaño, o que complejidad tienen sus pasadizos. Con la práctica progresiva y constante, se consigue en unos meses que la sala principal comience a hacerse algo más visible. Uno aprende a moverse dentro de ella y, aún con algunos tropiezos, puede distinguir lo que tiene a su alcance: dinámicas de habilidad psicomotriz, principios estructurales de corrección postural o ejercicios respiratorios para controlar la tensión y el estrés.

Quedarse en la sala principal es suficiente para la mayoría, pero no para quiénes son capaces de intuir que la grutas, que se abren en algunas grietas, pueden estar ocultando tesoros aún más valiosos. Adentrarse en ellas requiere abandonar la zona de aparente seguridad de la sala principal, cuyo acceso al exterior siempre está abierto y luminoso. Por eso, no todo el mundo está dispuesto a ir "más hacia el interior", ya que su recorrido es incierto, y sus posibles beneficios son sólo una mera posibilidad.

Sin embargo, para quienes hemos dedicado décadas de práctica al Taichí, hasta el punto de convertirlo en nuestra forma de vida, la atracción de esos pasajes es irresistible. Y aún no sabiendo si habrá una caída a una profunda sima, o resbaladizas pendientes que nos impidan luego el retorno, decidimos adentrarnos en ellas por el mero placer de investigar su abruptos recorridos.

Algunas de estas grutas simplemente te devuelven a la sala principal, tras un recorrido más o menos sinuoso: son las prácticas repetitivas e improductivas que no te aportan gran cosa excepto el hecho de aprender a seleccionar mejor por donde dirigir tu Camino. Otras son especialmente peligrosas, pues incluyen desafíos en los que la integridad física está amenazada, como son los trabajos de neikung diseñados para aprender a encajar golpes en zonas delicadas del cuerpo. También hay numerosos pasillos cuyo tránsito aporta calma y tranquilidad a quién los recorre, por lo que muchos deciden quedarse en ellos, como sucede con muchas de las prácticas de tipo meditativo o los ejercicios respiratorios de daoyin, que se asemejan al yoga hindú. Además, existen pasillos más siniestros que algunos buscan con ansia, en los que aprender técnicas para dañar, o incluso matar, con facilidad a los demás; estancias éstas, cuyo atractivo es similar al que muchos sienten por las novelas de terror, y que precisan de una enorme ética y de un fuerte carácter para no perderse en ellos. Hay tantas posibilidades y bifurcaciones, que moverse entre estas para seleccionar la más adecuada a cada uno, requiere una concentración muy desarrollada.

Independientemente de las grutas que uno decida recorrer, no hay que olvidar dónde queda la salida de la cueva, pues todas las riquezas que obtengamos en ella no tienen valor sin no las usamos en el mundo real. Es decir, los beneficios terapéuticos logrados, tienen sentido si podemos luego usarlos para disfrutar de la Vida que hay en el exterior de la caverna.


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