El Taichí y el Taoísmo

Se ha escrito mucho sobre los aspectos filosófico del Taichí. De hecho, más en los países occidentales que en China. Pero la esencia ideológica de esta antigua disciplina tiene sus orígenes conceptuales en el taoísmo, y en sus innumerables y variados textos. En ellos, los fundamentos del Taichí se mezclan con aspectos espirituales, consejos de salud y ejercicios diversos que forman parte también de otras disciplinas como el Chi-kung o el Tao-yin.


En este vídeo, desglosamos algunos de estos principios filosóficos, de cara a mostrar las raíces originales del Taichichuan, y de la actitud a desarrollar por sus practicantes:


Os mostramos a continuación el texto que sirve de guión al vídeo, por si prefieres leerlo a tu ritmo y poder analizar así, desde un espíritu crítico, su contenido:


Para entender la dimensión filosófica y mística del Taichí, hay que adentrarse en la antigua tradición taoísta, cuya variedad de conceptos, doctrinas y prácticas se reparten en incontables y variados textos a lo largo de los siglos, ya que provienen de una gran amplitud de escuelas diversas. En este texto no vamos a explicar, por tanto, los aspectos técnicos y físicos de esta disciplina, sino las raíces intelectuales en las que se inspira el Taichí y la base ideológica de su creación.

El Taichí representa la armonización de los opuestos y queda gráficamente representado por el símbolo del yin-yang. Este equilibrio se producen en todas las cosas: en los ciclos de día y noche, en las estaciones, en la creación de la vida y, cómo no, en la salud física y mental, donde el cuerpo pasa del movimiento a la calma, de la vigilia al sueño y de la actividad a la relajación. De igual manera, la mente fluctúa de la alegría extrovertida a la tristeza introvertida, o de la máxima atención a la despreocupación más absoluta.

Según la concepción taoísta del universo y del ser humano, la energía surge como el equilibrio entre estos polos opuestos, y el desarrollo del ser humano se basa en la comprensión de la realidad como una alternancia entre estados que cambian continuamente. Tomar conciencia de los cambios que se producen en el organismo  permite encontrar el equilibrio que aporta salud corporal, energía vital y claridad mental.

El Taichí configura la dinámica que permite encontrar ese equilibrio en el cuerpo, y también en la mente, plasmando en sus movimientos esos cambios continuos que se dan en la naturaleza: a veces suaves y fluidos como el viento, y otras más bruscos y enérgicos, como una tormenta de primavera. A veces dinámico y continuo, como un arroyo, y otras estático y silencioso como un árbol. Y esa conciencia de los cambios, en el entorno y en el propio organismo, permite hacer los ajustes necesarios para tener una vida larga y saludable.

Desde esta perspectiva, el ejercicio físico busca más la suavidad y la flexibilidad, que la fuerza y el endurecimiento ya que, como se expresa en el Taoteking:

“El hombre es blando y flexible al nacer,

pero cuando muere es rígido y firme.

Las plantas cuando brotan, son tiernas y delicadas,

pero cuando mueren están secas y marchitas.

Lo rígido y firme es la disciplina de la muerte.

Lo blando y flexible es la pauta de la vida”

(Taoteking, LXXVI)


El Tao es un principio inexpresable cuya dimensión es inabarcable para la mente humana, pues contiene todo, y desde Este… todo emana. Un camino a recorrer sin destino fijo en el que la mente busca el vacío y la ausencia de intencionalidad y de objetivos, para que la conducta y las acciones del se produzcan de manera espontánea, natural y en sintonía con el entorno físico y social en que se vive. Aquí surge el enigmático concepto taoísta de la “no acción” o “acción sin intención”, donde el practicante busca reproducir en todo lo que hace una acción fluida y fácil en las relaciones humanas, en la interacción con la naturaleza, en el manejo de objetos o en el propio ejercicio físico, donde la práctica del Taichí representa la máxima expresión de este principio.

“Quién práctica la no acción y se ocupa de no hacer nada

paladea lo que no tiene sabor,

ve el infinito en un grano de polvo,

y la abundacia en la escasez.

A la amargura le contesta con dulzura.

Busca lo fácil en lo difícil.

Descubre la grandeza de lo pequeño” (Taoteking, LXIII)

La comprensión del yin y el yang, de los opuestos, está presente en todos los movimientos que se realizan: por ejemplo, siendo consciente de la pierna que soporta el peso, pero también de la que queda libre para poder moverse. Cuanto mejor canalizo el peso en la primera, mayor libertad de movimiento tiene la otra. Lo podemos analizar en aspectos más sutiles… si realizamos un estiramiento, es importante la fuerza activa que debemos ejercer para posicionar el músculo en elongación, que sería la parte yang, pero más importante es la relajación pasiva que debemos inducir en ese músculo para que se estire con eficacia, que sería la parte yin, y que solemos obviar en la concepción gimnástica occidental.

Otro principio esencial del taoísmo es el vacío, y a este respecto podemos leer en el Taoteking:

Modelando el barro se hace los recipientes,

pero es su vacío interior lo que los hace útiles.

Puertas y ventanas se abren en las paredes de una casa,

pero es su espacio vacío lo que permite habitarla”

(Taoteking, XI).

La acción externa del Taichí persigue un vacío interno en el que la mente deje de enlazar pensamientos, y repose en el flujo del movimiento corporal, como un ave que se deja llevar por las corrientes de aire caliente, y planea con calma desde las alturas, casi sin aletear. El objetivo de la práctica no es adquirir una musculatura voluminosa e intimidatoria, ni desplegar una potencia que asuste a los posibles contrincantes. Cuanto más suaves y lentos son los movimientos, más energía se adquiere y se desarrolla, pero sin intención de hacerlo. Como un árbol que va expandiendo su ramaje con los años, sin ponerse metas específicas que alcanzar…

 “Quien se pone de puntillas no conserva el equilibrio;

quien anda a saltos no puede mantener el paso;

quien quiere ser brillante no alcanza la iluminación,

quien busca la aprobación no se distingue…” (Taoteking, XXIV)

El desarrollo del Taichí es un camino recorrido con lentitud y conciencia, sin alardes gimnásticos y sin necesidad de mostrar la fuerza que se adquiere. Una toma de tierra en la que, desde fuera, no parece haber esfuerzo, y que sólo quienes profundizan sienten el trabajo interno que existe en la práctica. Poco a poco se adquiere una destreza que es expresada de la siguiente manera por Chuang-tse, otro de los grandes autores taoístas: “Entre fuerza y suavidad la mano encuentra, y la mente responde. Es una pericia que no puedo expresar con palabras” Este texto hace alusión al discurso de un carpintero explicando a su señor como tallaba las ruedas de los carros, y  también expone la destreza que se adquiere con la práctica constante y que nadie puede enseñarte, pues has de encontrarla por ti mismo. Esta destreza o “kungfu” se puede aplicar a la práctica del Taichí, a la pintura, al dominio de un instrumento musical o a la elaboración del una receta de cocina.

Las raíces filosóficas del Taichí se hacen explícitas en los textos atribuidos a Yang Cheng-fu, en los que escribe “El Taichí es el arte de ocultar la fuerza dentro de la suavidad, como un aguja envuelta en algodón. Tanto su técnica como su fisiología y mecánica implican bastantes principios filosóficos”

Entre los escritos de Yang Cheng-fu encontramos especificaciones técnicas, pero también una constante incitación al practicante a que investigue  ya que”… en el arte del Taichí no todo puede explicarse ni mostrarse fácilmente sino que requiere un estudio sutil y profundo”.

Entre los numerosos textos de los grandes maestros se dejan entrever pinceladas de la actitud ante la vida que ha de mostrar el practicante de Taichí, como en el poema de Chen Wang-ting, fundador del estilo chen, donde expresa: “… las personas entienden la paz interior que adviene de no codiciar riqueza y fama. Que tus emociones sean apacibles como el río al atardecer, que tu resistencia se asemeje a las montañas y los ríos. El éxito no importa.”

El encaje del taichí en la sociedad moderna no es fácil. Vivimos en la adquisición de conocimientos de manera inmediata, y por eso cada vez cuesta más implicarse en disciplinas cuyo aprendizaje es lento. Nos hemos acostumbrado en la recepción continua de estímulos visuales y auditivos externos, y vamos perdiendo la conciencia de lo que sucede en el interior de nuestro cuerpo. Realizamos ejercicios monótonos y repetitivos con un exceso de desgaste energético, sin percibir el manejo forzado al que podemos estar sometiendo a nuestras articulaciones. Y luego, cuando aparece el dolor o la enfermedad, se lo achacamos a la mala suerte o a aspectos genéticos que quedan fuera de nuestro control y, en definitiva, de nuestra responsabilidad.

El Camino del Taichí es lento, sensible y de evolución variable. Sólo en la constancia se pueden percibir los cambios significativos que su práctica produce en el bienestar corporal y en el aumento de la vitalidad. Muchas personas hacen cursos de pocos días, y creen que ya han hecho Taichí y que han asimilado la esencia de su práctica. Incluso hay quienes tras un par de meses o tres, se creen capacitados para impartir clases. Pero cualquiera que haya profundizado en este antiguo arte sabe de su dificultad técnica, y de la enorme concentración que implica desarrollarlo con pericia. Y mucho más profunda y sutil es la comprensión de su filosofía, de raíces milenarias y que lleva al individuo a encontrar su ajuste e integración dentro del universo…


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