la gran paradoja


El Taichi es dualidad, polaridad, complementariedad. Percibir aspectos contrarios y armonizarlos sin excluir a ninguno de ellos, encontrando su equilibrio. ¿Cómo se puede ser pesado y la vez ligero? ¿Cómo estar relajado y sentirse fuerte? ¿Vacío y, a la vez, lleno? Ésta es la gran paradoja del Taichi.

Uno, realmente, no pelea, pero se siente poderoso, porque al eliminar toda ansia de atacar se hace inmune a cualquier ataque. Al perder el deseo por alcanzar algo, lo alcanza todo, al menos todo lo que uno precisa para sentirse pleno, vital, calmado.

Por eso, en Taichi uno hace descender el cuerpo mientras se mantiene arriba. Lo eleva mientras conserva su raíz en el suelo; sube cuando baja, baja cuando sube, como en la escalera paradójica dibujada por Escher. No hay un fin, no hay un objetivo, no hay una meta; tan sólo la percepción del incremento energético que se produce en el antagonismo de los polos opuestos: positivo y negativo; fuerte y suave; denso y sutil; cuerpo y mente.

Por eso es difícil, a veces, llegar a saber si se está en el camino correcto cuando se practica, porque no hay parámetros objetivos ni mesurables que sirvan de indicadores. Cuando se oye hablar del nivel de Taichi o de la cantidad de energía que tiene una persona, pareciera que existe algún aparato que midiera tales aspectos, pero no lo hay. Uno puede hacer un Taichi bonito, armónico, fuerte, intimidatorio, etc., pero no por ello ese Taichi que se realiza es, necesariamente, la vía a través de la cual encontrar el bienestar físico y mental. Tan sólo es su Taichi, y él habrá de sopesar, desde sí mismo, si le otorga lo que realmente quiere de su práctica.

Así que practica y cuando te sientas calmado y quieto como un lago, percibe también que eres repentino y ruidoso como un trueno; cuando te muevas con la suavidad del viento, toma conciencia de tu densidad como si fueras una montaña; cuando subas, baja; cuando bajes, sube...

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