Tuishou: la parte emocional del Taichí

La gestión emocional no siempre pasa por un trabajo psicológico en el que se trata de buscar, en lo profundo del inconsciente, que mecanismos nos hacen sentirnos de una u otra manera. A veces, afrontar las propias emociones es algo tan simple como dejar que surjan en su principal campo de expresión: las relaciones interpersonales.

En la práctica del Tuishou (empuje de manos), cualquier emoción que estemos experimentando se pone en evidencia, se magnifica y podemos percibir cómo influye a nivel físico. La más evidente de todas es la emoción del miedo, y también la mas difícil de admitir. Ante el temor a que nos hagan daño, aunque sea mínimo pues estamos en un entorno controlado, los músculos se tensan, las articulaciones se bloquean y así, el dolor tiene más probabilidades de aparición. Reconocer que tenemos miedo cuando nos tensamos ante una técnica en la cual nos inmovilizan el brazo y nos llevan el hombro al limite de su movilidad amenazando con una luxación, por ejemplo, no es sencillo. Porque admitir el miedo es admitir nuestra vulnerabilidad y nuestra indefensión, lo que resulta algo contrario con la fortaleza y seguridad que, supuestamente, debería aportarnos una práctica marcial.

La tristeza nos lleva a un estado de relajación tan extremo que tampoco nos permite desplegar la actitud dinámica necesaria para seguir los movimientos. Nos vuelve sensibles, sí, pero a costa de reducir nuestra energía y nuestra capacidad de respuesta. Además, hacer Tuishou con alguien que está triste es extremadamente delicado, pues todo desequilibrio físico que se le provoque, puede llevarle a un estado anímico mucho más angustioso, e incluso depresivo.

La alegría también tienen su lado contraproducente. La cara oscura de la alegría es el estado maníaco, que tiende a volver al practicante de artes marciales mas agresivo, temerario y brusco de lo habitual. En este estado, algunos entran en un peligroso juego donde no diferencian entre la práctica consciente y la lucha real. Y esto puede perjudicar a quién tengan delante, pero también a su propio organismo, pues el ansia por lograr sentirse "victoriosos", le provoca muchas tensiones musculares, sobre todo en la espalda y el el cuello.

La ira es probablemente la emoción que más activación fisiológica provoca. Cuando hablas con alguien muy enfadado es fácil llegar a una discusión, y que ésta resulte improductiva para ambas partes. En la práctica de Taichí en pareja, un estado colérico puede desencadenar en una pelea real, con un alto riesgo de lesiones. Gestionar la práctica con alguien enfadado es un desafío complicado, pero más aún gestionar la propia ira para que no nos induzca a hacer algo que pueda dañar al otro y a nosotros mismos.

Otra emoción que afecta a las relaciones interpersonales y a la práctica del Tuishou es la aversión o el asco que podamos sentir por quién tenemos enfrente. En ella, el otro pasa a ser algo inferior, y al que podemos agredir, despreciar o humillar con facilidad. Rompemos así el equilibrio yin-yang que deberíamos mantener con nuestro compañero, y nos limitamos a realizar todas las técnicas, empujes y agarres que queramos, sin permitir que él pueda trabajar. Esta actitud nos aporta una falsa sensación de superioridad, de que somos mejores y de que el otro (pobre principiante), debe "tragarse" todo lo que le hagamos con la esperanza de que pueda aprender algo.

La gestión emocional pasa por una serie de fases que pueden ser útiles seguir si queremos iniciar este proceso. Si bien no son todas necesarias, ni es preciso seguir esta secuencia, aquí propongo unas pautas básicas:

  • Reconocer la emoción: Es básico admitir que hay emociones que nos afectan. Si el hombro se tensa cuando nos agarran el brazo, es que tenemos miedo a que nos hagan daño, ¿por qué habríamos de tensarlo si no fuera así?
  • Expresar cómo nos sentimos: Hay que tener valor para verbalizar cómo uno se siente. Pero en ese acto de expresividad ponemos sobre la mesa aquello que nos interesa trabajar, lo evidenciamos y a partir de ahí podemos trabajar con ello. "Estoy reaccionando con brusquedad porque estoy alterado"; sólo esa afirmación ya logra suavizar la brusquedad.
  • Calibrar el afecto en nuestro organismo: Valorar la dimensión corporal de una emoción requiere mucha sensibilidad, y también aporta una conexión más directa con el organismo. Reconocer que nos sentimos torpes, lentos o imprecisos en la práctica es habitual, aunque nos siempre sepamos que tipo de ánimo nos induce a estar así.
  • Equilibrar la tendencia corporal: Si se me tensa el hombro, me concentro en relajarlo, independientemente de lo que haga el compañero, y no trato de hacer nada más. Si siento que el otro es inferior o de menor nivel, dejo que me haga técnicas y procuro no responder con contundencia a sus movimientos. Si me siento alterado y mi activación está intimidando al otro, trato de moverme con el máximo cuidado y lentitud para ir apaciguando esa energía. Es decir, equilibro la tendencia emocional que provoca la emoción, y así aprendo a gestionarla a nivel corporal, sin necesidad de tener que buscar mecanismos psicológicos ocultos.
  • Hacer un balance de nuestro trabajo: El éxito no radica en ganar al otro desequilibrándole o inmovilizándole el brazo, sino en lograr que mi práctica me centre, me relaje y me permita disfrutar con plenitud del Tuishou. Por eso, hemos de estar conscientes de si lo que hacemos es una inercia corporal, fruto de alguna emoción que nos domina, o fruto de la conciencia de sentirnos y sentir al otro como dos seres complementarios que aportan algo el uno al otro.


En este punto abrimos la puerta al aprendizaje, a una mejor relación con los demás y, sobre todo, a al bienestar que se deriva de conseguir gestionar las propias emociones.


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