la práctica eterna


Hay días en que no haría otra cosa..., enlazaría una coreografía detrás de otra hasta que mis piernas transformaran su percepción de esfuerzo en una agradable vibración, y el calor que generan los muslos llenara cada recoveco del organismo.

Parar en algunas posiciones y, como me ha dicho una buena alumna: "Llegar a trascender la postura". Comprender que no hay desgaste físico cuando se traspasa esa Comprensión Corporal que te conecta con el suelo en el que te asientas, con el aire que te dilata el abdomen y con la invisible fuerza ascendente que te hace enderezar la columna, aún cuando la gravedad tira implacable hacia abajo.

Olvidarse del aspecto que adoptan los movimientos, sólo sentirlos dentro, donde la percepción es tan vasta y penetrante que anula el pensamiento, pues sumido en esa sensación no parece haber ideas sobre las que reflexionar.

Y así, el cuerpo pasa a estar en armonía con el invierno: lento, oscuro y silencioso, como un paraje nevado en el atardecer. Frío y estático por fuera, pero con millones de cálidos seres, ocultos y mudos, sin cesar de moverse en sus madrigueras. Igual que las incansables células del organismo, pues el frío no entra en quién consigue interiorizar el Fluir del Movimiento...

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